En breves días comienzan los festejos del San Juan, una tradición principeña de añeja data, que sin dudas se debe mantener, forma parte de nuestro acervo cultural local que los camagüeyanos disfrutaban y esperaban.
Pero hoy la realidad nos muestra una cara fea de esta festividad, que de unos años a la fecha se han transformado en una actividad más comercial que cultural, disminuyendo paulatinamente su calidad. En los días previos, un fenómeno pre-carnaval, los delincuentes habituales y otros de nueva promoción, en busca del botín para costear sus parrandas, realizando un esfuerzo decisivo en esta recta final, hacen horas extras delictivas en tanto producen toda una gama de desmanes previstos y sancionados en el Código Penal, y se hacen merecedores, junto a su condición de justiciables, del dudoso título de vanguardias de su liga: la de los ladrones, carteristas, rateros y embaucadores, poniendo en jaque a vecinos y policías.
Para empezar el preámbulo, este comienza con la lectura del bando por el mamerto de turno, desde uno de los balcones de la sede del Gobierno Municipal y cuando digo mamerto me refiero al presidente municipal o alcalde como se le conoce en otros lares; a partir de ahí comienzan los festejos, con su consabida cerveza granel de mala calidad expendida en pipas de dudosa higiene, timbiriches con ínfulas de quioscos, que rivalizan en fealdad y mugre con los de cualquier zoco marroquí, solo los del área de moneda convertible y algunos de propiedad privada, tienen los recursos para la estética.
El tema precios merecería un articulo aparte, solo añadir que, de año en año se elevan, o los productos que se venden disminuyen su gramaje, que no es lo mismo, pero es igual; las carrozas con la escasez de recursos no son particularmente atractivas, al igual que las damas que las amenizan, la mayoría de belleza discutible como para dedicarse a esos menesteres, me disculpan si les parezco descortés, pero es la realidad. El engaño al consumidor es otro de las problemáticas que afectan estos festejos: empleados y directivos de la gastronomía estatal toman las fiestas populares como una oportunidad de aumentar el grosor de sus billeteras, bajo la mirada miope y protectora de inspectores integrales que también consiguen su pitanza.
El orden público y la seguridad ciudadana es otro de los problemas a que nos vemos sometidos las personas decentes de nuestra villa, escenas impúdicas protagonizadas por personas de poco, o ningún civismo, las cuales bajo la superflua justificación (culpa del gobierno de igual forma, que no garantiza suficientes baños públicos) de satisfacer una perentoria necesidad fisiológica, orinan o defecan a pleno día y a la vista pública, sin que importe la presencia de mujeres y niños, sin dudas el paraíso de los exhibicionistas.
Las reyertas casi siempre acompañadas de armas blancas también es un hecho nada extraordinario en carnavales (como tampoco lo es el resto del año a contrapelo de lo dicho por cierto periodista de escuela, en el periodicucho local), a pesar de la fuerte presencia policial en las diferentes áreas de festejo, el Forense siempre tiene trabajo extra. En horario nocturno todo se complica aun mas, filas exasperantes en los termos, para comprar ese líquido granel sospechosamente aguado que dicen que es cerveza, un agravio a los monjes alemanes que la inventaron hace más de mil años, aunque para ser justos hay que decir que en no pocas ocasiones es mejor que la embotellada.
El escándalo y el tumulto multiplicados, se convierten en los amos de las noches de carnaval, solo los beodos sin conocimiento son capases de regocijarse en su alcohólica inopia. Cuando amanece, pobre de los residentes en áreas de festejos, elevándose sobre el ya desolado y polvoriento campo de batalla, dos supervivientes: la basura y el mal olor, triunfales, declaran su supremacía.
Se pudiera escribir más sobre el tema, tela hay para cortar, pero el espacio editorial no es mi aliado, me observa ceñudo, intransigente. Aun así, no quiero terminar estas líneas sin dejar de hacer una reflexión o mejor, de pensar en voz alta, que no sé por qué odio la palabra reflexión: los que tenemos cierta edad, recordamos aquellos San Juanes, en los que salíamos familiares y amigos a relajarnos y festejar, sin preocuparnos de precios, calidad, ni de la seguridad de los seres queridos.
Oremos y pidamos al mismísimo San Juan, no porque vuelvan aquellos tiempos que, en definitiva, parieron estos, recemos más bien porque vengan tiempos nuevos y mejores, que hagan desaparecer de una vez y para siempre, todos estos y otros males que nos aquejan, para que nuestro San Juan sea una verdadera fiesta tradicional y popular, para que cuando enterremos a San Pedro podamos decir sin titubear: se dio bueno el carnaval.