En plena calle Santa Catalina, del municipio Cerro en La Habana, se encuentra la heladería Ward. Quienes peinan canas recuerdas con grato agrado este sitio ubicado en el barrio Palatino, por su alta calidad en el servicio y la variedad de los productos y sabores que se ofertaban hace ya algunos años a la población que allí acudía. Lamentablemente de aquella casi idílica realidad, apenas quedan sólo vagos recuerdos. La situación de este centro de la gastronomía habanera, exhibe hoy otro ambiente, algo distante de aquel que hasta los años 80 del pasado siglo, la hicieron un sitio de preferencia por casi todos.
En visita a este lugar, ante la petición de un amigo, experimenté una realidad que decepciona. A nuestra llegada al lugar, nos recibió una extensa fila de personas, fruto directo del sistema centralizado y racionalizado de la economía y resultado indirecto de la incapacidad de algunos directivos para brindar la cantidad y calidad de los servicios y productos que se demandan. Dentro de la instalación, se podían apreciar mesas vacías, sucias aún, esperando que el responsable de ordenarlas y prepararlas para el próximo cliente, desease hacer su trabajo.
Tras rebasar la espera en la extensa cola, logramos entrar, ya exhaustos y casi resignados. Dentro pudimos entender quizás, un poco mejor la entropía que limita el ágil desarrollo de algunas labores.
Los hechos fueron los siguientes: el primer golpe de impacto fue el hecho de tener que compartir mesa con desconocidos, mi amigo y yo, sentados frente a una pareja, que al igual que nosotros se sentían cohibidos. Según la política del lugar, las mesas deben estar llenas.
Como gesto claro de incomodidad ante la extensa espera ahora sentados ya dentro de la instalación, dirigimos la mirada hacia el mostrador donde se sirve y con pavoroso asombro, apreciamos a la persona responsable de servir los pedidos y en pleno puesto y horario de trabajo fumando. Luego, sin ninguna mediada higiénica, ni guante alguno vuelve a su trabajo.
Finalmente la mesera llega y corresponde hacer el pedido; tras aquella odisea criolla, nos sentíamos prestos a disfrutar de nuestro merecido botín, pero nuestra ilusión fue rebanada, así como nuestro pedido ante la prohibición instaurada por el establecimiento y comunicada por la dependientes, quién en tono seco y directo nos dice: «Solo pueden pedir dos especialidades por personas«. Gracias a la pareja que a la fuerza conocimos, pudimos comer una ensalada más de las que nos correspondía, pues amablemente nos cedieron una.
La limpieza de los vasos y cubiertos es lamentable, la mesa exhibía aún rastros frescos de la actividad de clientes anteriores, colocar las manos sobre esta te permitía comprobarlo además al tacto.
Para mal de la sociedad cubana, este sitio no constituye una excepción en la regla de la gastronomía y los servicios en la isla, todo lo contrario, es a juicio del autor ejemplo claro de una realidad que se expande por toda la isla en el área de la gastronomía y los servicios que brinda el sector estatal. Aunque no se desconoce que puedan existir experiencias positivas en algunas instalaciones que bajo en empuje personal de algunos actores puedan hacer fluir los procesos al menos de forma aparente.
Es lamentable haber llegado a esta situación que nada tiene que ver con factores externos y si con la forma en la que se organiza, dirige y controla el trabajo, en una sociedad donde cada día, el valor de esta ennoblecedora actividad (el trabajo) deja de ser la vía digna y segura para garantizar ingresos a las cubanas y los cubanos.