Con las tradicionales remesas monetarias —en dólares y euros—, muchos cubanos han ayudado a sus familiares y amigos a iniciar su pequeño negocio en la Isla, que vive un inusitado pulso entre la transgresión de los emprendedores y el temor de la elite comunista de que las pequeñas reformas acaben llevándoselos por delante.
Las remesas son una vía de financiación intrafamiliar y/o amistosa, casi siempre a fondo perdido, pero que ha sido efectiva para el arranque de nuevos negocios, aunque dentro del limitado esquema de las licencias para el ejercicio del trabajo por cuenta propia.
A excepción de los restaurantes y casas de hospedajes, la mayoría de los nuevos negocios requieren de poca inversión inicial, siempre calculado con cánones del mundo real.
Pero el gesto solidario de los exiliados también deja al descubierto la ausencia de un cuerpo legal y de soportes financieros endógenos, capaces de consolidar un escenario de reformas económicas más dinámico que el actual.
Pasar de una economía del timbiriche y licencias medievales a la posibilidad de montar, por ejemplo, un hotel, una farmacia, un cine, una distribuidora de productos importados o una fábrica de embutidos, pondría al emprendedor ante una acuciante pregunta: ¿Cómo financio mi negocio?
En las economías libres existe un amplio abanico de vías de financiación que van desde las más tradicionales hasta las más modernas: crédito bancario y crowdfunding. Sin embargo, la aplicación de estos métodos en Cuba requerirá de por lo menos tres reformas: en primer lugar, una reforma al sistema de propiedad permitiendo a los ciudadanos poseer, usar y disponer libremente tanto de sus bienes muebles e inmuebles como de otros derechos económicos que se adquieren en el marco de las relaciones civiles y mercantiles, y que traiga entre otros resultados que sobre estos puedan constituirse garantías contractuales.
En segundo lugar, una reforma a toda la legislación sobre sociedades y contratos mercantiles, que la actualice con nuevas figuras contractuales, tales como leasing, renting, factoring, franquicias, las cuentas en participación, y que permita a los ciudadanos beneficiarse de una legislación comercial justa, moderna y flexible. Igualmente, que posibilite que los ciudadanos puedan operar por medio de sociedades mercantiles.
Y en tercer lugar, una reforma del sistema financiero que permita a entidades financieras y bancarias estatales o privadas que puedan financiar libremente a los emprendedores, sin trabas burocráticas.
Estas son tres reformas que dinamizarían la economía cubana.
El Decreto Ley 289, de 2011, y las Resoluciones 99 y 88 del Banco Central de Cuba, de 2013, tocan aspectos importantes sobre el crédito a las personas naturales, incluidos los cuentapropistas; y la Resolución 100, de 2011, permite la apertura de cuentas corrientes y autoriza a dar en garantía de créditos los flujos de dichas cuentas. Sin embargo, incluso entre los más entusiastas defensores de las medidas económicas raulistas, se reconoce que dicha regulación es limitada —solamente se circunscribe al sector bancario— y carente de estímulos.
El hecho de que el Gobierno cubano haya tomado algunas medidas y que Obama haya puesto a Cuba de moda, genera la percepción de que todo está o marcha bien; pero la falta de libertad política y la ausencia de reformas estructurales e integrales torpedean cualquier intento serio de consolidar la libre iniciativa económica; variable favorita del Partido Comunista (PCC) que, en su reciente congreso, condenó la acumulación de propiedad y riqueza.
Vale, estoy completamente de acuerdo contigo. El entorno macroeconómico demuestra que las políticas económicas gubernamentales no conllevan a resolver uno de los principales problemas de la economía cubana en los últimos 58 años: la incapacidad de generar recursos para el desarrollo sostenible. ¿Principal causa? La carencia de un sector privado insertado de manera armónica en el sistema económico y social cubano en el que la diáspora jugaría un rol importante.