Durante la pandemia de COVID-19, y como otra de las estrategias para solventar la aguda crisis económica y alimentaria por la que atravesaba el país; fueron implementadas algunas medidas organizativas para la adquisición de productos de primera necesidad que antes se comercializaban en las tiendas recaudadoras de divisas.
Dichas medidas, intentaban garantizar el control y regulación de los productos básicos, además de establecer mayor equidad entre los consumidores, ante la precaria disponibilidad de los mismos, dentro de la red de tiendas estatales que, con el “reordenamiento monetario”, comenzaron a vender en moneda nacional (CUP).
De esta forma, el escaneo de carnets de identidad y la correspondiente anotación en la libreta de abastecimiento (en la que consta día y mes en el que se adquirió determinado producto), no resultan suficientes para frenar las aglomeraciones y las infinitas “colas” frente a los establecimientos.
Por ello, ha sido adoptada en la capital una “nueva estrategia”, que ya venía aplicándose en otras ciudades del país. Nos referimos a la asignación de la posibilidad de compra a un determinado número de consumidores (regulados por las bodegas de la OFICODA) en las otroras tiendas recaudadoras de divisas, mediante una disposición de turnos.
Sin embargo, la estrategia trae consigo sus propios escollos, porque regresa el descontento popular ante la larga espera (incluso de semanas) que implica este nuevo método, en el que son fijadas hasta quince bodegas de la OFICODA en un mismo punto de venta. Sin contar las irregularidades en cuanto a la desinformación de los bodegueros respecto a los turnos de sus consumidores.
Así, la mayoría de los cubanos aguardan ansiosos por el paquete de pollo, y algunos de picadillo y “perrito”; los cuales consumirán en pocos días y con seguridad no alcanzarán hasta que les vuelva a tocar el turno de comprar en la tienda, “por la libreta”.