La llegada del período estival a la isla, debería ser sinónimo de múltiples y variadas ofertas para la familia cubana, pero sobre todo para los niños y jóvenes que por estas fechas disfrutan de las vacaciones escolares.
En este sentido, la compleja situación económica afecta notablemente el espectro de actividades y ofertas que, en otros tiempos, caracterizaban a la etapa vacacional en Cuba y se distinguían por presentar diversidad y calidad en sus propuestas.
Entre las actividades que no podían faltar durante las vacaciones de verano, se encontraban las visitas a playas y piscinas; costumbre casi idiosincrática que, en la actualidad, se ha convertido en todo un desafío, que genera un impacto social negativo en no pocos sectores de la población, especialmente y de forma sensible en los grupos en edad escolar.
Si bien es cierto que el traslado a playas o zonas costeras resulta en estos momentos bastante complejo debido a la crítica situación con el transporte, como consecuencia de la escasez de combustible y los elevados precios de los pasajes; el tema del acceso a piscinas y entrada a instalaciones hoteleras, ha dado mucho de que hablar por estos días.
Y es que, a pesar de que los hoteles permanecen casi vacíos a causa de la denominada “temporada baja» y la crisis sistémica que sufre el sector del turismo en Cuba; los precios que deben pagar tanto adultos como niños para acceder a la piscina de alguna de estas instalaciones, es verdaderamente exorbitante.
Con tarifas que rondan los 3000.00 pesos por adulto y 2500.00 por niños mayores de cuatro años, el precio del “cover» incluye por lo general una comida y una bebida por consumidor.
Si se comparan estos precios de ofertas para “nacionales”, con sus pares de la “temporada alta”, propia de los meses de invierno, puede llegarse a la conclusión de que el fenómeno obedece a una política institucional de subida de precios, en un intento casi desesperado por el ingreso de los dividendos que no se obtienen en las proyecciones con el turismo internacional.
Esto, sin lugar a dudas, resulta un hecho contraproducente, porque se convierte en otra limitante para la población nacional en el ejercicio del digno disfrute de lo propio.