El tema de la vivienda en la isla es una situación que por décadas ha lacerado la calidad de vida del cubano; no solamente por la precariedad de algunos antiguos inmuebles que tras el paso de los años amenazan cada día con venirse abajo, sino también por la imposibilidad que supone (para el cubano común) poder construir una vivienda con los requisitos básicos de habitabilidad.
Esta situación se puede apreciar a lo largo de todo el país; sin embargo, en la capital, este fenómeno parece percibirse más apremiantemente, dada la gran densidad poblacional que existe, y el alto índice de la llamada población “flotante”, proveniente en su gran mayoría, de las zonas orientales de la isla; lo que provoca un aumento considerable en el hacinamiento habitacional.
Ante tal impedimento, muchos son los que valoran el hecho de rentar una vivienda (ya sea de manera individual o familiar) que, si bien no ofrece del todo grandes comodidades estructurales, en la mayoría de los casos brindan al menos resguardo y privacidad a sus inquilinos.
No obstante, luego de la reestructuración económica por la que atravesó el país en los últimos tiempos, el precio de las rentas (conocidas popularmente como alquileres) “lineales” o “por tiempo indefinido”, han sufrido igualmente los infortunios de la realidad económica cubana.
De esta manera, se torna cada vez más difícil encontrar opciones de rentas en moneda nacional, en contraste con la multiplicidad de ofertas que existen para pagos en MLC, dólares e incluso euros, aun cuando en la mayoría de los casos, los arrendatarios prohíben la presencia de niños y mascotas; y limitan la cantidad de inquilinos a solo uno o dos.
Así, el tema de los alquileres no ha sido la excepción dentro de la vorágine del contexto económico que se despliega día a día en monedas inalcanzables para la mayoría de los cubanos, y donde en la capital, alcanzan los exorbitantes precios de entre 250 y 400 dólares mensuales, en zonas urbanas populares.