El pasado 30 de abril, concluyó en La Habana la 30 edición de la Feria Internacional del Libro; luego de dos años de suspensión a causa de la pandemia de Covid-19
Sin embargo, desde el propio inicio del mayor evento cultural y literario de la isla, la inconformidad (y en muchos casos, perplejidad) de los visitantes de La Cabaña, así como de otras sedes capitalinas, no se hizo esperar a través de diversos medios.
Y es que, más allá de la conmoción popular manifestada a causa de la diferencia entre los precios de la última edición y los actuales, los mismos han devenido crudos golpes de realidad, que reflejan la precaria situación económica que experimenta el país, afectando al cubano en todos los espacios.
De esta manera, cientos de visitantes (incluidos niños), debieron limitarse a la actividad contemplativa, frente a estantes que exhibían títulos a precios escandalosos, aun sin corresponderse con la calidad de edición requerida, o con la naturaleza y función de los propios ejemplares.
Por lo que, muchos se marchaban a casa con la enorme decepción de no haber adquirdo un libro que necesitaban o deseaban; sumado además, a la notable ausencia durante esta edición, de reconocidos títulos y editoriales presentes en años anterior.
Sería importante cuestionarnos, de qué manera la familia cubana podría sentirse a gusto, cuando la mayoría no tiene acceso a los diversos productos ofertados, y donde estos resultan prácticamente un “lujo” que muchos no pueden permitirse, dado el complejo contexto actual.
Por ello, se hace imprescindible garantizar que el conocimiento y la cultura lleguen a todos sin trabas; no solo al alcance de los bolsillos más favorecidos, sino de todos aquellos que genuinamente desean descubrir o redescubrir las inagotables bondades de la literatura.