I
La crisis energética en Cuba continúa produciendo prolongados apagones, los cuales se han intensificado considerablemente en las últimas semanas; por lo que la precaria situación del sistema eléctrico nacional ha sumado nuevas preocupaciones y malestares a la compleja realidad de los cubanos.
Con afectaciones en el horario pico (tarde y noche) que alcanzan y en ocasiones superan las 12 horas, las interrupciones impactan negativamente todas las provincias del país, aunque golpean con mayor fuerza a la zona oriental y central de Cuba, especialmente a los municipios más rurales.
La obsolescencia y afectaciones técnicas en las centrales termoeléctricas de la isla sumado a la falta de combustible, se han convertido en un tema recurrente a abordar en medios informativos nacionales y desde la propia Unión Eléctrica (UNE). Sin embargo, las declaraciones oficiales emitidas al respecto, no parecen convencer o alentar a aquellos que experimentan varias horas de paralización de su vida cotidiana, en cualquiera de los espacios de intercambio social.
Pero la crisis energética y su azote continuo y prolongado, no sólo acarrea graves consecuencias para la economía del país; interrumpiendo operaciones y generando reducción de productos y pérdidas también al bolsillo de cada ciudadano; sino que provoca además, todo un clima de malestar y frustración que atenta contra el bienestar psicológico de cada individuo que se ve obligado a lidiar diariamente con las consecuencias más inmediatas de los apagones.
II
En Cuba, históricamente los apagones han tenido consecuencias significativas para la familia cubana, perturbando casi la totalidad de las aristas de su vida cotidiana e interrumpiendo actividades esenciales que provocan profundas afectaciones al bienestar psicológico, tanto individual como colectivo.
La interrupción constante del suministro eléctrico provoca profundas alteraciones en las rutinas esenciales y funcionales del individuo, lo cual, ante la imposibilidad de prever o controlar estos eventos, generan un estado de estrés constante que afecta especialmente a los más vulnerables y a aquellos miembros de la familia responsables del cuidado de estos.
Las afectaciones en la preparación de alimentos, la imposibilidad de conservar algunos de estos productos perecederos, las limitaciones en las comunicaciones y el acceso a la información; así como la afectación de funciones tan vitales para el ser humano como el descanso y el sueño interrumpido casi a diario por el excesivo calor de un país tropical, sumado a las picaduras de insectos que vienen asociadas a los prolongados apagones durante las noches y madrugadas; tiene sumido a gran cantidad de cubanos en la desesperación y la ansiedad.
Evidenciando así, que los apagones no solo vienen a reforzar el deterioro de una economía que ya atravesaba desde hace tiempo por una profunda crisis, sino que su impacto más personal ha venido a reflejarse con crudeza en el bienestar de muchas familias de la isla; quienes además de lidiar con el deterioro económico, sumado a las pérdidas que los cortes de electricidad generan (descomposición de alimentos, adquisición de velas u otros medios para alumbrarse, etc.), deben afrontar los daños a su bienestar psicológico y emocional, sin herramientas para solventarlos.