Ayer, gracias a la inocente amabilidad de un vecino muy querido, tuve la oportunidad de probar por primera vez, uno de los productos alimentarios que más polémicas ha generado dentro de la población capitalina en los últimos días: la célebre “croqueta de camarón”.
La opinión popular entorno a la comercialización de este alimento en pescaderías estatales, ha desatado toda una ola de recelo y franco rechazo por parte de aquellos que han tenido el privilegio de “degustar” el novedoso producto, que se comercializa por 57 CUP.
Numerosos consumidores dan fe de la pésima calidad de las famosas croquetas, refiriendo que las mismas resultan ser algo peor que un amasijo de harina con caldo de desechos del supuesto camarón. Otros, aseguran que el producto tiene un fuerte olor desagradable, que se torna más intenso durante su cocción.
Y es que, ante la fuerte crisis alimentaria que atraviesa el país, exacerbada por el desabastecimiento de productos de primera necesidad; la “innovación” y consecuente venta de víveres de cuestionable elaboración y pésima calidad, suponen una burla a la dignidad alimentaria que debiera beneficiar a los cubanos.
De esta forma, las “croquetas de camarón” han venido a ser el más reciente fracaso entre las ya depauperadas opciones que se ofrecen en las pescaderías estatales; sustituyendo a las otroras “croquetas criollas” que se comercializaban (antes del reordenamiento económico) por sólo 5 CUP.