Es sabido que la economía cubana no genera recursos para su desarrollo, o dicho de manera más simple, el modelo económico frena el desarrollo de las fuerzas productivas. En realidad, pudiéramos estar mejor, potencialidades para ello tenemos, lo que falla son las estrategias y políticas económicas del Gobierno.
Las políticas económicas seguidas en el último cuarto de siglo abarcan escasas medidas económicas técnicamente válidas con distintos grados de implementación en un enmarañado e inacabable torrente de normas jurídicas, conceptualizaciones de modelos, planes nacionales, discursos reformistas y actuación contra reformista.
Respecto al decrépito sistema empresarial cubano, la solución pensada por ideólogos y tecnócratas es la implementación de una estrategia centralmente regulada para convertir a corto plazo a la empresa estatal socialista en altamente competitiva a escala mundial, en detrimento de otras formas de propiedad como el trabajo privado individual, trabajo por cuenta propia, considerado complementario y subordinado al ineficiente pero mayoritario sector estatal.
Por miedo a su destrucción sistémica, la dictadura partidista cubana implementa políticas económicas contrarias al sector cuentapropista porque los negocios privados son espacios democratizadores donde se entrena la ciudadanía y se desarrolla la sociedad civil. Son espacios de autonomía, de articulación de intereses y portadores de un importante capital moral.
En 2018 el sector privado contaba con 580 mil trabajadores por cuenta propia. El 61%, jóvenes y mujeres, el 64%, titulares de un negocio y, de entre estos últimos, solo el 2.7% eran afrodescendientes. Aunque el cuentapropismo ocupa el 13 % de la fuerza laboral, solo aportó el 10% del presupuesto general del Estado.
A pesar de su baja incidencia en el crecimiento económico del País, el sector ha tenido un impacto positivo en la oferta de bienes y servicios de consumo, así como fuente de ingresos alternativa a los deprimidos salarios y pensiones. En 2018, el ingreso medio en el sector estatal representó el 20% del de los trabajadores contratados (no propietarios) en el sector cuentapropista en la capital.1
Las actividades autorizadas para el autoempleo: de muy bajo valor agregado, sin encadenamiento productivo, vedadas para los profesionales universitarios y con limitaciones significativas para su desarrollo: alta presión tributaria, no concurrir al comercio exterior, ausencia de mercados mayoristas de insumos, escasez de financiamiento nacional, así como los prejuicios políticos y las prácticas discriminatorias en contra de esta modalidad de donde emerge la elaboración y venta de alimentos, transportación de carga y pasajeros, arrendamiento de viviendas, habitaciones y espacios y los trabajadores contratados, como las actividades más representadas.
Por su naturaleza emprendedora, el sector privado expresa el pluralismo sumergido y constituye plataforma contracultural para la reflexión cívica. En el bienio 2017-2018 los cuentapropistas cubanos fueron protagonistas de 35 conatos, huelgas de sentados, protestas de calle y actos de presentación de petitorios reivindicativos a las autoridades gubernamentales; hechos inusitados en la Historia económica cubana reciente, los cuales, y a pesar de su legitimidad, fueron ignorados por los medios de comunicación y los 17 sindicatos nacionales oficialistas, única opción legal para afiliación de los integrantes del sector privado.
Sin embargo, en la medida que la tozuda realidad cubana demuestra que la ‘actualización del socialismo cubano’ es un proyecto inviable, demagógico y gatopardista que ha llevado al País a un nuevo ciclo económico de crisis y a la ciudadanía a un estado carencial, el cuentapropismo se erige en el germen de la fractura sistémica y de los cambios políticos en Cuba.
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Aun cuando la figura ‘trabajadores contratados’ no califica como cuentapropista, la legislación cubana así lo considera. ↩