Me despertó el ulular de la sirena de una ambulancia. El reloj marcaba las 7 aunque en realidad eran las 8, hora de verano. Al rato se escuchó el silbato del repartidor de pan.
— ¿Qué, ya votaste? — le pregunté con curiosidad.
— Sí, claro— dijo sonriendo y añadió: —. Ya salí de eso y ahora puedo hacer mi pincha tranquilo. Tú sabes cómo son las cosas.
— ¿Por quién votaste?— inquirí, sintiendo verdadera curiosidad.
— ¡Qué sé yo¡ Yo marqué ahí sin mirar y salí echando. A mí lo que me importa son los frijoles de mis chamas—dijo el hombre señalando el carrito con los panes amorfos y mal elaborados.
Asentí con la cabeza y cerré mi puerta. Aún quedaban por pasar los vendedores de flores, lejía, periódicos, tamales, pastelitos…en fin…las voces altisonantes que atronan las mañanas de la cada vez más arrabalera capital cubana.
Pero solo transcurrieron unos minutos cuando escuché algo que parecía una discusión. Y en efecto. El vendedor de panes había sido detenido en la esquina por un policía. Me acerqué. El uniformado pedía la licencia de trabajador por cuenta propia.
— ¿Pasa algo? — interrogué al teniente.
— Nada ciudadano… —dijo dubitativo— hoy hay elecciones y no se puede vender en las calle hasta las 20:00 hora…
— ¿Quién decidió eso?
Hombros encogidos y mirada ceñuda. El sentido práctico del buscavida lo hizo ceder. No existe licencia para la venta de pan como él lo hace cada mañana.
Al cabo decidí caminar. Ante mis pasos y mirada escrutadora el panorama citadino mostraba suciedad y ruinas, turistas ignorantes de La Habana profunda y sufrida, ómnibus escasos y repletados, vallas con propaganda política. También, algunos establecimientos comerciales estatales cerrados, escasos vendedores ambulantes, cafeterías y otros timbiriches cerrados, poca oferta de taxis particulares y, sobre todo, la aparatosa presencia policial.
Había infantes de la policía formando parejas, tríos y hasta cuartetos, los había montados en bicicletas, motos y en carros patrulleros, jóvenes cadetes con sus bastones de goma, miembros de las tropas especiales, algunos de los cuales sujetaban perros alemanes con bozales. Por supuesto, activada la enorme telaraña de cámaras de vigilancia soportadas en postes eléctricos y luminarias que escudriñan los sitios más importantes de la urbe.
En el trayecto me encontré con amigos y conocidos a quienes pregunté: ¿Por quién votaste? obteniendo siempre la misma respuestas: sonrisas tímidas, guiños de complicidad, hombros encogidos, negación con la cabeza, el rotundo ¡Qué sé yo¡…
Al llegar a la sede del flamante Gobierno Municipal del Cerro, radicado en una casona de estilo neoclásico en ruinas, apuntalada por dentro y fuera y a punto de venirse abajo por el abandono y la desidia, no encontré a nadie que me explicara quién había prohibido ese día el trabajo privado en el Municipio. Finalmente alguien dijo ante mi insistencia: — Fue una equivocación de alguien y ya se resolvio….
Salí y me dispuse a regresar para escribir la denuncia. Pero no hice más que llegar a la Esquina de Tejas, a solo cuadra y media del “Gobierno”, se me aproximó el auto patrullero 604 del cual bajaron dos policías quienes me condujeron a 4ta Estación de la policía por “intentar interferir en el proceso electoral”.
Me dejaron ir al cabo de las 5 horas de obligada espera sentado en un frio banco de la estación policial. De regreso, haciendo el mismo trayecto, todo seguía igual: Apatía, desinterés, ambiente represivo, crisis económica y política…y para colmo de males, todavía muchos negocios de trabajadores por cuenta propia permanecían cerrados por la “equivocación” de un desconocido y celoso funcionario público que vio en ellos un peligro para la farsa electoral de turno del Régimen cubano. Es triste lo acaecido. Pero por suerte nada en la vida es eterno.