Tras el inicio de la “Tarea Ordenamiento” y el consiguiente crecimiento de la inflación económica, ha venido a sumarse un nuevo desafío para la familia cubana, específicamente para aquellos que son padres y madres: la agobiante tarea de adquirir los materiales que necesitan los niños en el espacio escolar.
Los materiales de oficina, al igual que otra infinidad de productos, se han vuelto prácticamente inaccesibles al bolsillo del padre o tutor trabajador promedio, quien debe velar porque su hijo asista a la escuela con la base material de estudio mínima, garantizada.
Por su parte, ni el Ministerio de Educación ni el Ministerio de Comercio Interior aseguran la entrega o venta oportuna de los tan necesarios y demandados utensilios, que los estudiantes requieren para su desempeño escolar diario; de manera que los padres deben recurrir al mercado informal para adquirirlos.
Así, puede encontrarse que, en cualquier estanquillo de la Oficina de Correos de Cuba arrendado al sector privado, un lápiz llega a alcanzar el valor de 8.00 CUP, mientras que una goma se vende por valor de 75.00 CUP. La caja de crayolas pequeñas ronda los 200.00 pesos, y una tijera para recortar, 300.00 CUP.
Y la larga lista de productos (libros infantiles, pegatinas, lápices de colores, sacapuntas, portaminas, cinta adhesiva, etc.) se extiende, de manera proporcional, a los exorbitantes precios que cada día crecen más y más.
Una de las cuestiones más preocupantes, radica en el hecho de que estos materiales en su gran mayoría son gastables, de manera que deben ser sustituidos a corto plazo por los padres; condición que evidentemente complejiza aún más el problema.
Cabría preguntar entonces, si la gratuidad de la enseñanza en Cuba, no debería contemplar asuntos tan sensibles y urgentes como estos; viabilizando estrategias que garanticen el acceso de cada niño cubano a los recursos necesarios, para complementar una educación plena y feliz.