Lo que ya se avistaba ocurrió. El Gobierno cubano acaba de dar marcha atrás –ninguna novedad- en el sector de la iniciativa privada. Ya lo venía advirtiendo y no es que seamos adivinos, es que los que gobiernan en nuestro país son por lo general lo suficientemente predecibles.
Las primeras señales procedieron de la prensa oficial. De las loas a los éxitos del cuentapropismo -fue una “novedosa” iniciativa de los “eminentes” economistas de la nomenclatura, la promoción era de libro- pasaron abruptamente a las supuestas preocupaciones de la población por el enriquecimiento de algunos de sus conciudadanos emprendedores. Que si engañan al fisco, que si compran materia prima y equipamiento de dudosa procedencia, que si tienen más de un negocio y por eso viven con sabrosura, alegan. Si bien es cierto que en este país la envidia es una epidemia, también lo es el hecho de que el Régimen es muy avezado en operaciones psicológicas.
Una vez “preparada” la opinión pública, se procede a convertir estas supuestas inquietudes del pueblo trabajador y honesto, en normas prohibitivas. El marco no podía ser otro que la Asamblea Nacional.
Se supone que el poder legislativo este representado por miembros de todas las capas de la sociedad- y lo está-, solo que en Cuba el poder real emana del ejecutivo y todos lo demás se le subordina sin condiciones, asimismo, los parlamentarios son escogidos de dedo desde la base.
Aun así, para dar continuidad a esa burda engañifa una vez en sesiones el Parlamento cubano, comienzan las intervenciones de algunos diputados preocupados por las alarmantes “desviaciones” del cuentapropismo, con “conocimiento de causa” exponen ejemplos del actuar delincuencial de algunos pequeños empresarios –¡tienen mucho dinero!, chillan – y de la necesidad de ponerle freno, bla bla bla…
Hasta el mismísimo Raúl Castro ante las cámaras de televisión, se preocupa y expone casos puntuales. Se preocupa el Presidente, se preocupan los generales, se preocupan los periodistas, preocupado Silvio Rodríguez, preocupada Juana Bacallao, se preocupan Elpidio Valdés y Matojo, se preocupan todos.
Pero los más alarmados son los emprendedores, olfatean problemas y aviesas conjuras – “Houston, tenemos un problema…” habrían dicho, si fueran astronautas-. Con razón. Una vez concluido el llanto indignado y el rasgar de vestiduras – en esa versión moderna de templo fariseo y circo romano que es el parlamento cubano- comienzan las acciones punitivas. Lo primero, anunciar que se suspende la autorización de patentes para un grupo de actividades, de manera temporal algunas, otras de manera definitiva.
La mayoría de las actividades que se censuraron son las que usualmente proveen mayores ganancias a sus titulares, algunas no tanto, como es el caso de los vendedores y grabadores de disco, los cuales, si bien no se enriquecen, son culpables confesos de difundir el famoso “paquete” que tanto temen los ideólogos del Partido. Por suerte – a menos que eliminen totalmente la internet- seguiremos disfrutando del “nocivo” material.
Llama la atención la suspensión definitiva de los permisos para la actividad de intermediarios mayoristas y minoristas de productos del agro, también de los vendedores conocidos popularmente como carretilleros. Estos si bien venden a precios altos, cumplen con el rol de suplir la pésima gestión de las Empresas de Acopio del Estado, responsables reincidentes de pérdidas millonarias del sector campesino, por concepto de cosechas abandonadas en los campos e impagos a los productores. Al menos son una alternativa a las desabastecidas y solitarias placitas. Otras actividades como las del individuo que, pedaleando su bicicleta vende maravillosas escobas y cepillos ni las miraron, ¿para qué? No se va a hacer rico.
A pesar del control de daños ejecutado por la prensa gubernamental –hay que limpiar la casa y poner orden, declaran- la ciudadanía no se traga el torpe embuste. Saben por experiencia que, tras el nuevo complot lo que se disimula es el temor del Estado totalitario por el nuevo statu quo de algunos de sus ciudadanos, estos –los exitosos- han logrado una independencia económica que los hace más libres –solo un poco- de la dependencia estatal. La anterior condición es vista como un sacrilegio inaceptable, la palabra libertad –por peligrosa- no está en el diccionario de nuestros gobernantes.
No está descartado que los actuales acontecimientos en Venezuela –en la antesala de una guerra civil- que ocupan y preocupan a la Habana, sea uno de los detonantes del freno y retroceso – por aquello de que si vez la barba de tu vecino arder…- Por otra parte, está el beneplácito de Europa para impulsar negocios en la Isla y otorgar créditos –no aprenden de sus errores- sin importarles la escalada de represión en la que está sumida el país caribeño. Si lo primero lo preocupa lo segundo le da cierto nivel de confianza.
Por otra parte, Washington actúa con ambigüedades y medias tintas con respecto a La Habana –ni se peina ni se hace la queratina- y el hecho de que la anterior administración y la presente consideren al sector privado como la génesis de un cambio, es más que suficiente para que el Gobierno cubano mire con desconfianza y antipatía a la pequeña y naciente empresa privada. Todo parece indicar que, de “progenitor “está cambiando a “infanticida”.
De cualquier manera, las muy publicitadas reformas económicas en el ámbito de la iniciativa privada están en terapia intensiva. Como es habitual a lo largo de casi sesenta años el sistema socialista patea con torpeza y no le atina al balón. Desalineado con el mundo moderno y global sigue caminando hacia atrás como el crustáceo de marras, intentando no sucumbir a lo inevitable: tarde o temprano se provocará un cambio para bien de la nación cubana y en consecuencia el fin de la pesadilla comunista y de la vida disipada de los bandidos que medran a costas de las mayorías. Intentaran evitarlo a todo coste. Que les digan cangrejo o, que Ruperto –el que da un pasito adelante y dos para atrás- se chotee cada lunes no les preocupa, mientras se mantengan en el puente de mando.