La crisis en Cuba continúa revelando su rostro más punzante, a través del impacto psicológico y emocional que la escasez, la precariedad y el complejísimo contexto económico, han provocado en la mayoría de los cubanos residentes en la isla.
Con un deteriorado entramado económico y social como escenario, las “luchas” diarias de los cubanos por adquirir alimentos, desplazarse de un lugar a otro, o conseguir cualquier medicamento, se han convertido desde hace tiempo, en un verdadero “calvario”.
El estrés, la ansiedad y la angustia generadas por el actual contexto, no se vivencian solamente en el plano individual y subjetivo; sino que su impacto trasciende más allá y se cristaliza en la dimensión psicosocial, permeando el escenario colectivo de un estado de malestar generalizado, que se expresa en emociones, sentimientos y conductas nocivas.
De manera que no sólo la crisis viene a ser el enemigo más próximo que debe enfrentar el cubano cada día; sino que existe uno más terrible y en ocasiones silente, al que debe intentar sobreponerse con todas sus fuerzas (o con las pocas que le quedan) para salir adelante, sin morir en el intento.
El desánimo, la incertidumbre y la frustración son algunas de las emociones negativas que obstaculizan el adecuado funcionamiento personal y social del individuo, sumiéndolo en un círculo vicioso, en el cual, no sólo el malestar psicológico y emocional emergen como consecuencia directa de la crisis; sino que pueden llegar a ser también un factor agravante, en el afrontamiento de esta última.
Así, la problemática se torna aún más compleja si se tiene en cuenta que, el ciudadano corriente debe intentar preservar su bienestar psicológico y emocional (y en consecuencia, su salud mental), aún sabiendo que los mismos, están estrechamente relacionados a las condiciones económicas objetivas de su contexto individual y social más inmediato; las cuales difícilmente pueden ser revertidas en beneficio propio, por mucho que lo intente.