Cuba se apresta a celebrar próximamente el 60 aniversario de la Revolución de 1959, en medio de una crisis prolongada y con muchos problemas por resolver, con pocos recursos disponibles y una población atenta a lo que va a ocurrir con el nuevo gobierno recién electo.
A los largo de los años de revolución, la economía ha sobrevivido milagrosamente, con algunos vaivenes de crisis, siempre con ayuda externa: primero sería la proveniente del socialismo europeo, o sea de los países del llamado campo socialista encabezado por la antigua URSS, para después pasar a depender del turismo en la década de los 90 el pasado siglo XX y, finalmente, de la inversión extranjera directa (IED), incluyendo las remesas provenientes de Estados Unidos.
Nunca la economía de carácter centralizado ha logrado sostener un desarrollo viable y sostenible ni mucho menos próspero para un país subdesarrollado del Tercer Mundo como es el caso de Cuba.
Es cierto que el gobierno revolucionario ha archivado en este lapso un conjunto importante de logros en matera de educación, salud, empleo, seguridad social y tranquilidad ciudadana, entre otros. Son los aspectos positivos del proceso, aunque han estado todo el tiempo en equilibrio inestable desde el estallido de la peor crisis vivida por la sociedad después de 1959, el llamado Período especial en tiempo de paz, a partir del derrumbe del socialismo europeo en 1991.
También es cierto y se constata fácilmente, que ni el Estado ni el Gobierno, tampoco el Partido Comunista, único existente en un país que se auto-titula democrático, han podido dar solución a un grupo de problemas candentes, por cuya solución el pueblo ya no está en condiciones de esperar: he ahí la principal causa del descontento ciudadano, la apatía, el incremento de los flujos migratorios de signo o saldo negativo, con la consecuente sangría que se produce de importantes recursos humanos necesarios al país.
Sencillamente cuando un sistema autoritario como el cubano y altamente burocratizado no funciona, existen solamente tres opciones: abandonar el país en la búsqueda de otras alternativas o resignarse a vivir sufriendo de las carencias materiales y espirituales que son la oferta diaria del régimen.
Una tercera opción sería trabajar por “cambiar lo que debe ser cambiado”, pero no como consigna partidista y dogmática, sino cambiando la realidad económica y política del país por vía no violenta, o sea, con la expansión del trabajo por cuenta propia y la promoción de los emprendedores, claro con una dosis de influencia política dentro y fuera del país, que impulse los cambios necesarios.
Es precisamente al análisis concreto de estos muchos problemas existentes, o al menos de los que más gravitan en el empeoramiento gradual pero rápido del nivel y de la calidad de vida de gran mayoría de la población, afectando los ya muy deprimidos niveles de consumo, que se dedicarán las pinceladas a las que a continuación y en forma seriada los lectores tendrán la posibilidad de acceder.